31 de enero de 2013

como franz (uno)


Yo sé que todos sabéis que Kafka escribió una cosa llamada Once hijos, y que la habéis leído. Yo sé que todos sabéis que Franz era deslumbrante en distancias entre una y treinta páginas, y que los congresos de chupatintas con cátedra discutirán la extensión de su genio de velocista, su capacidad aeróbica literaria y lo que sea por asegurarse un próximo congreso.

Siempre hay un próximo congreso. Yo sé que lo sabéis. Y también que Franz es el menos teatral de los escritores. Que otros cogen la pala y con aspavientos y lamentos bien audibles consiguen ahondar medio palmo, pero que él, con su cucharita, simplemente cava, hasta salir por las antípodas diez meses después. Y que la profundidad, si alguien la buscaba, era eso. Con esa cosa tan rara que llamó prosa jurídica, tan despiadada, tan inexpugnable en sus vueltas de tuerca a las verdades, a las verdades de verdad, sin alarmas y sin frenos. Asusta mucho una sensibilidad semejante junto a una determinación semejante. Pero siempre podéis ir a leer a Saramago o ver al Sebastiao Salgado.

Yo sé que sabéis que no tengo hijos, sino alumnos de guitar. Contaré los que fueron y los que son para poder imitarle bien la primera frase al judío neurótico. Al resto de la imitación ya no le tengo ninguna fe.

Tengo once alumnos.

El primero de ellos es ansioso y expansivo. Como persona de acción se excita y se frustra fácilmente. Tiempo después de conocerme me confesó que el día que nos encontramos le parecí un hombre abatido. Es justo lo que era. Es propio de él hacer observaciones certeras después de que otras partes de su personalidad se hayan encargado de que no las esperes. Sin embargo, he aprendido a esperarlas, y lo escucho con atención siempre que me cuenta cosas graciosas, íntimas o sórdidas, que es a menudo, pues me tuvo confianza ciega desde el principio y por eso fue fácil tanta amistad entre los dos.

El segundo de mis alumnos es, por vocación, un personaje de fondo en el tráfico de este mundo. Dijo Jack London que si un hombre se lanzaba al agua desde gran altura mientras una multitud miraba, él quería ser aquel hombre. Mi segundo alumno querría ser la multitud. Me cuenta cosas de su oficio, que es sencillo y es bonito porque produce cosas buenas y útiles, y me gusta oírlo. Nos tenemos mutuo aprecio, pero su persona no me es estimulante en nada. Aún así, él sabe con certidumbre cuál es el sitio que quiere ocupar en la tierra, y lo ocupa. Y quizá es eso ser hombre y quizá lo envidio por ello.

El tercero era muy joven y muy tímido, pero no lo suficientemente tímido como para resultarle embarazoso faltar a clase sin avisar, cosa que hizo varias veces seguidas. Después de la última de ellas le escribí, y lo hice, en atención a su juventud y su retraimiento, con una generosidad que no creo que él supiera percibir entonces. Lo excusé de cualquier culpa mucho mejor de lo que él hubiese sabido excusarse, y le propuse dejar las clases hasta que las pudiera encajar en su vida de forma menos traumática, a lo que lo animé sinceramente.

Con el cuarto me une una afinidad mayor que con cualquiera de los otros. A pesar de ser, con mucho, el que mejor toca, la gran mayoría del tiempo que pasamos juntos lo dedicamos a hablar. Conversaciones que a menudo se nos han escapado de las manos, y en las que el papel de gurú, que por edad me correspondería al ser claramente mayor, sólo lo asumo a veces. No sé cuál de los dos ha aprendido más en estas pláticas, pero no me sorprendería nada que fuese yo. Tengo con él, como con el primero, la certeza de una amistad para siempre.

La quinta fue la primera chica y como tal le correspondía sorprenderme haciendo las cosas de manera diferente. Tardó sólo un par de minutos, y fue tan singular en su singularidad que quizá me hubiese enamorado al momento de haber sentido por ella una atracción física que nunca existió. No obstante, me resulta agradable y me gusta darle clase. Es una mujer, y de algún modo eso es suficiente para que mi instinto agradezca su presencia en mi casa.

Estos son (algunos de) mis once alumnos.


Ya. Vuelvo a ser yo. Ha sido raro intentarlo a la manera de Franz porque me ha obligado a cosas que no quería.

Además, ahora me siento falso.

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