3 de julio de 2014

max schmeling: los trabajos de hércules


La vida vivida por Max Schmeling, su relato, habría sido una fábula en tiempos de La Fontaine; una tragedia en tiempos de Esquilo. Noventa y nueve años y medio de valentía y honestidad a merced de fuerzas incontrolables, que lo zarandearon violentamente del lado bueno al malo, y del malo al bueno. El azar. Los dioses. Lo que queráis.

La biografía de MS que cuenta para las enciclopedias empieza en los últimos años veinte, con el ascenso pugilístico de un mocetón alemán que llega a la cima mundial de los pesados, pierde el título no mucho después y se casa con una actriz, entonces famosa, llamada Anny Ondra.

Los días de Max se vuelven convulsos siendo ya un boxeador veterano. La sombra del nazismo crece junto al recelo del mundo, y a Schmeling le toca ir a batirse con un negro de Detroit llamado Joe Louis. Contra pronóstico lo tumba, y su perfil público se torna más oscuro y más siniestro porque es alemán y porque Hitler se apropia de su hazaña; además, porque ha derribado al héroe de una raza pisoteada en los EEUU. Max Schmeling, un deportista, atrae sobre sí tempestades y furias. Ha hecho llorar a los pobres y es celebrado por la cúpula nazi. Todo es azaroso, pero es.

La revancha llega pasados dos años y ya no se presenta como tal, sino como el mundo libre frente a la tiranía que viene. Ambos, Max y Joe, hechos bandera de lo que detestaban: la Alemania hitleriana y los USA con retretes para negros. Schmeling vuelve a cruzar el charco, precedido a su pesar de propaganda aria racista, y se planta, noblemente, entre setenta mil personas que le insultan y le tiran cosas en nombre de la democracia y el bien. Sale Louis como un tigre de su jaula y todo acaba en dos minutos: el molido y ensangrentado Schmeling es trasladado al hospital con varias costillas rotas. Es 1938 y el castigo al germano se percibe como alivio mágico, como victoria metafísica frente a Hitler.

El hombre, ajeno a los símbolos, se recupera penosamente de la paliza al tiempo que cae en desgracia en su patria por una derrota no aceptada. Todo ha cambiado en su vida, y está a punto de cambiar la del planeta entero porque hay una guerra mundial a las puertas. En la aterradora Noche los cristales rotos, Schmeling se juega la piel para salvar la vida de dos niños judíos. No se sabrá hasta pasados cuarenta años.

Max no simpatiza con los nazis, tiene amigos hebreos, ha perdido con un negro y está casado con una actriz que, al parecer, despierta los celos enfermizos de Eva Braun. No le faltan al führer motivos para enviarlo al frente en un puesto de riesgo y acaba, el boxeador, como paracaidista de la Luftwaffe. Durante esos años infernales entrará numerosas veces en combate y se romperá ambos tobillos, pero logra salir vivo del largo y sombrío túnel.

Después, un púgil retirado y un país en ruinas. No es el mejor de los panoramas. Pero otra vez soplan los vientos en la vida de Max Schmeling: le ofrecen ser representante de Coca Cola en la Alemania de posguerra, lo que le hará rico y próspero y, andando el tiempo, le permitirá ayudar a su amigo Joe Louis, empobrecido y carcomido por las adicciones. Pagaría también su funeral, en 1981, y portaría su féretro en un país diferente al de cuarenta y tres años antes. 
 
A Max le faltó un paso para ser centenario. Su historia lo habría merecido por redonda y entera, ejemplo de la ventura y la lucha, de las voluntades divinas y las humanas. Sabemos que no todo es fortuito y que no todo es merecido, pero Max Schmeling fue capaz de sobrevivir a varios tifones que terminaron depositándolo en una playa de arena suave y aguas cálidas. Y así, estas veces, parece como si las cosas desearan ser justas.

Nos gusta, por eso, saber de odiseas como la suya.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

google analytics